
14 de abril de 2019, Santiago de Cuba. Por José Daniel Ferrer.
Sobre todas las cosas, siempre me he esforzado por ser un hombre justo o al menos, por ser lo más justo posible. Según la Biblia, “No hay justo, ni aun uno”.
Me he pasado mi vida criticando a Fidel Castro. Desde muy temprana edad combato su maldad, crímenes y mentiras. Lo hice mientras vivía desoyendo el consejo de mis padres y amigos, que me decían “¡No juegues con fuego! “, y continúo haciéndolo después de su muerte… Al monstruo sobrevive el mal que hizo, diría Shakespeare.
Pero quiero ser justo, o al menos ¡lo más justo posible! En un reciente análisis de conciencia recordé que, encontrándome en una celda de aislamiento en la Prisión Provincial de Las Tunas – donde me envió Fidel, entre otras cosas, por blasfemar de su sacrosanta figura-, en lo que pretendía ser un poema titulado “Mis temores”, escribí: ¨temo negar un elogio a quien lo merece, o darlo a quien no”. Entonces me dije: Nunca he dicho nada positivo del Stalin de Las Américas.
Y, como quiero ser un hombre justo o al menos, lo más justo posible, me di a la titánica tarea de buscar algo positivo en la historia del mejor imitador que tuvo Benito Mussolini… ¡Eureka! Recordé algo que me hizo sentir culpable, algo digno de elogio, algo que sin dudas fue la verdad más grande dicha por Fidel. Y no solamente una gran verdad, sino también una muestra de constancia y sacrificio enormes. Me reproché por mi injusticia.
Pensé mucho en aquél importante detalle, recapitulé sobre la cantidad de veces que he dicho axiomas tales como “Fidel mintió y asesinó a muchos para adueñarse de Cuba”, “Fidel destruyó la economía cubana y nos sumió en la más profunda miseria”, “Fidel convirtió nuestra bella Isla en un satélite soviético y nos puso al borde de la tercera y última guerra mundial”, “Fidel es el autor intelectual del desastre que vive Venezuela… ¡Nunca un aplauso! Decidí entonces, aunque se asombren mis hermanos de lucha y me desgarren la piel quienes mal me quieren en las filas de la oposición real o en la nómina de la fingida, reconocer la excelsa verdad de Fidel: su perseverancia y abnegación.
Llegados a este punto, me imagino cuántos deben estar pensando que necesito urgente un buen psiquiatra. Pero no, amigos, no es cuestión de enajenación mental, se trata de justicia. En febrero de 1959, Fidel Castro le dijo al periodista estadounidense Edward Murrow, en entrevista para el programa “Person to person” de la cadena de televisión CBS: “Cuando cumplamos nuestra promesa de un buen gobierno, me afeitaré la barba”. ¡Nunca se la afeitó! ¿Quién se atrevería a negar, sin pecar de injusto en exceso, que esto no es una clara demostración de fidelidad a la palabra empeñada?
Pasaban los años y cada vez más lejos el buen gobierno. A su barba le ocurría lo que a la nariz de Pinocho. Cuanto más tiempo en el poder y cuanto más poder, según pasaba el tiempo, menos derechos, libertades y alimentos; peores salarios, más viviendas destruidas, peor el transporte, más miseria, sufrimiento y dolor. Pero el perseveraba y no se afeitaba. ¡Qué mala suerte! ¿Para él o para el pueblo? Díganme Ustedes. Quiero ser justo y a nadie quiero acusar sin pruebas suficientes.
Cuarenta y nueve años en el poder no fueron suficientes para que le dejara al pueblo cubano un buen gobierno. Un buen gobierno es aquel que garantiza el respeto a todos los derechos humanos y promueve la prosperidad y la justicia. No pudo conseguirlo y, por eso, no se cortó la barba. ¡Todo un caballero! Dicen que era un hombre muy inteligente. No lo pongo en duda. Como sabía que el gobierno de su hermano iba a ser tan pésimo como el de él, tampoco se rasuró cuando le pasó la corona. En el Hades debe continuar con su vetusta barba, el títere Díaz-Canel es tan mal gobernante como él y Raúl.
Señoras y Señores, amigos, no amigos y enemigos, Fidel cumplió con su palabra. Y nada que ver con aquellos estúpidos versitos de Nicolás Guillen: “Te lo prometió Martí y Fidel te lo cumplió”. Nunca dolió más el “cuero de manatí” que durante las últimas seis décadas. Lo dijo y lo hizo, no se afeitó. ¡Qué sacrificio! ¿Se imaginan durante el “periodo especial”, que ni jabón teníamos, esa barba sin lavar? Mis disculpas a Fidel por haber menospreciado este importante aspecto de su vida.
En lo personal, continuaré esforzándome en ser lo más justo y honesto posible. Por eso lucho e invito a luchar, y luego a preservar, solo una cosa: el respeto a los treinta artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. No quiero que me crezca la nariz como al personaje infantil creado por el florentino Carlos Collodi ni tener que dejarme una incómoda barba como la de Fidel Castro.